Creo que todos sufrimos del mismo mal: Lo odio, pero me encanta. El (o ella) es la peor persona que ‘alguien’ pudo conocer (y ese ‘alguien’ es uno mismo), y cuando le contás a algún amigo lo que te dice, lo que te hace y lo que te pasa nunca encontrarás una respuesta óptima, pero nadie entiende que todo lo malo que ven lo demás es solamente la cáscara. Vos sos la única que puede ver su belleza, su delicadeza y hasta su humildad. Es loco, pero real.
Lo conociste pensando que esa persona iba a cambiarte la vida (y, de hecho, lo hizo) porque era singular. Perfecto. Después se empezó a interesar en otro tipo de “cosas” y ahí fue cuando demostró sus verdaderas intenciones (entiéndase: ninguna de las que vos creías o, mejor dicho, ninguna de las que te hacía creer)
Empieza nuestro sufrimiento, nuestra angustia y nuestro desgano ¿Y él? Desinteresado en lo que te pase (hasta que necesite algo, obvio) Esa dulce, cariñosa, amable y hermosa persona que un día conociste se está convirtiendo en la peor de las bestias que pudiste imaginar.
Un día te ama, al otro no te habla, después te habla corta y después vuelve a ser esa persona maravillosa que pensabas conocer mejor que la palma de tu mano o que la canción del elefante trompita (precisaba algo de vos, está claro) La realidad es que muy pocas personas cambian. Muy pocas se dignan y muy pocas salen favorecidas (y no creo que este sea un caso ejemplar)
Hoy: No te habla
Lo saludas con toda tu mejor onda pero el ni se molesta en la situación. Buscás mil y una excusas para que te responda: pura perdida de tiempo, no hay caso. Encontró una “cosa” mejor con la que se puede entretener.
¿Tu reacción? Llorar mientras lo odias y a la vez no tanto.
Mañana: Se hace el interesante, pero por lo menos te habla.
Vos: ¡Hola! (carita contenta)
El: ¿Todo bien? Disculpá que no te hablé ayer, no estuve en todo el día.
(Viste su Facebook y estaba claramente corroborado de que sí había estado y justamente, todo el día)
Vos: ¡No te hagas drama! (carita feliz)
Sí, todas somos así y no creo que cambie.
Ese mismo día, más tarde: El tierno.
Vos: ¿Qué hacés?
El: Nada, aburrido. Con ganas de verte.
Vos: Yo también tengo ganas de verte (ícono corazón)
El: jaja! Tenemos que arreglar hermosa.
Vos: Cuando quieras mi amor.
El: Te voy a besar toda cuando te vea
Vos: No veo la hora de que lo hagas
El: Yo tampoco mi vida. Te amo.
Vos: Yo más hermoso.
¿Cómo sigue la conversación?: El interesado (pero disimulado)
El: Mi amor ¿No me hacés un favor?
Vos: obvio mi amor, pedime lo que necesites.
El lugar de “la boluda más grande de todas” es nuestro en el libro de los récords Guiness.
¿Seguimos? Vos le hacés el favor y te da las gracias tiernamente. Cinco minutos después no te habla más y volvemos a lo de antes.
Después de muchos meses así (y esos meses pasaron sin haberlo visto) se va. Desaparece del mundo sin dejar rastros. Como si se lo hubiese tragado la tierra y sin preocuparse por vos. ¿Y vos? Te estás muriendo de amor, dolor y odio por esa bestia que te dejó abandonada.
¡PERO, A NO DESESPERAR! El mes que viene vuelve y jamás vas a terminar de saber quién o cómo es.
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